martes, 21 de mayo de 2013

Instruir, pero también formar

Se ha insistido en la idea de que las Facultades de Educación y de Formación del Profesorado deben volver a lo básico, que es lo que han venido descuidando; es decir, en centrar la preparación de los futuros docentes en la enseñanza y el aprendizaje de las disciplinas científico-humanísticas: matemáticas, biología, lengua... Se recomienda prestar más atención a lo que denominamos instrucción, que es capacitar a maestras y maestros para que sepan desarrollar acciones de enseñanza basadas en procesos cognitivos de asociación y memoria, encaminadas a que su alumnado adquiera habilidades básicas, instrumentales, como son la lectura, el cálculo o el reconocimiento de los diferentes elementos del entorno (río, mamífero, ciudades, personajes literarios...).

Esta propuesta de volver a lo básico no es nueva, ya que es histórico el movimiento back to basics que lideró EEUU. Curiosamente emergió en una situación de penuria como la actual, donde la mayoría de los gobiernos de los países desarrollados tecnológicamente mostraron su preocupación por los resultados de sus respectivos sistemas educativos y, y para limitar y controlar el gasto en educación, volvieron a priorizar la instrucción de contenidos que consideraban fundamentales (escritura, lectura y matemáticas) para acceder al escaso mercado de trabajo que había en aquellos momentos.

Ante la importancia de estos aprendizajes para ayudar a los humanos a entender su entorno y relacionarse con él, hay que aceptar que una de las dimensiones de la educación es la ya mencionada instrucción, y consecuentemente en la selección del profesorado hay que valorar el nivel de preparación de los aspirantes a este dominio profesional-docente.

Pero al reflexionar sobre todo esto, me planteo la siguiente pregunta:
¿Qué supondría esta vuelta a lo básico, este retorno a una mayor preocupación por la instrucción?
o lo que es lo mismo ¿Qué consecuencias tendría cargar el significado de educación con un mayor énfasis en la acción de instruir?


Pues que perdería importancia la segunda dimensión de la educación: la formación.

Este término hace referencia a situaciones que ponen en funcionamiento procesos mentales superiores como el análisis, la reflexión, el razonamiento, la critica; que promueven el desarrollo de emociones, sensaciones y sentimientos; y que introducen en valores como la solidaridad, la honestidad, la democracia, la libertad, la participación, el respeto...
En este sentido se habla de formación cuando se quiere poner en funcionamiento pensamientos orientados a la toma de postura ante dilemas éticos, ante hechos que confronten ideas y valores, que cuestionen creencias, sentimientos, etc.

Por lo tanto, si educar es instruir y formar, al enfatizar la atención en una de las dimensiones, en el caso que nos ocupa la instrucción, se corre el riesgo de descuidar la formación, es decir, se restaría importancia a los propósitos de la educación relacionados con el mundo afectivo, social y ético de los humanos.

Así, creo que habría que guardar un equilibrio entre ambos modos para preparar a futuros docentes para que al mismo que adquieren conocimientos básicos de enseñanza, adquieran también valor crítico, reflexivo, deductivo, etc.

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